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El silencio que caminaba con ellos durante los primeros minutos no fue incómodo, para sorpresa de Daniel. Más bien se trataba de una tregua en la que ambos pudieron pensar qué decir a continuación o entender, al menos, qué estaba ocurriendo. Todo había pasado demasiado rápido y los pensamientos pasaban por su cabeza como coches en una autopista de noche, las luces pasando a toda velocidad frente a él pero sin poder fijar la vista en una por más de un segundo.
El paso atrás de Andrea, el por qué no se lo había dicho, el gesto de Amelia al aparecer para avisarle de que su amiga no iba a venir. Por un momento se imaginó en el restaurante, esperando hasta darse cuenta de que nadie iba a aparecer. ¿Cuánto tiempo hubiese esperado? ¿Cuántos minutos de espera se merecía lo que fuese que había entre él y Andrea? Nunca lo sabría, aunque caminando al lado de Amelia tampoco se preocupó por no saber la respuesta.
—¿Estás bien?
Sin dejar de caminar, Daniel se giró hacia Amelia, que lo miraba preocupada. No sabía cuánto tiempo llevaban caminando, aunque en seguida se dio cuenta de que habían llegado al final de las Ramblas y que se encontraban cruzando la calle para llegar al puerto.
—Sí, lo siento. Estaba pensando.
—¿En Andrea? Lo siento mucho, lo que ha hecho no está bien.
—No te disculpes por ella —dijo, un poco preocupado por Amelia, a pesar de no conocerla—. Lo que has hecho hoy dice mucho de ti.
—Es mi amiga, pero no creía ser capaz de dormir tranquila si no te avisaba. Creo que al menos merecías una explicación.
—Gracias —dijo Daniel, y justo paró de caminar cuando iban a entrar en el puente—. Oye, ¿estás bien? —preguntó él esta vez al ver la expresión de Amelia.
Se había quedado mirando el puente de madera, completamente perdida en sus pensamientos. Parecía triste y un poco enfadada, como si pudiese echarse a llorar en cualquier momento. Aquel cambio le preocupó, y se sorprendió pensando que ojalá tuvieran la suficiente confianza como para preguntarle qué le había puesto de aquella manera. No la conocía, es cierto, pero no le gustaba verla así.
Amelia apartó la mirada del puente y le miró a los ojos, claramente aguantando las lágrimas. Forzó una sonrisa y asintió, apartando la mirada al instante.
—¿Quieres que nos sentemos al final del puente? —preguntó, ajustándose el abrigo.
—¿Te apetece? No pareces muy a gusto.
—¿Qué? Oh, ya —susurró mientras bajaba la mirada al suelo. Con un movimiento rápido se apartó el pelo de la cara y volvió a sonreírle, esta vez un poco más de verdad—. No es nada. Es que este lugar me trae recuerdos. Ven, vamos, yo mando, ¿no?
—Tú mandas —respondió Daniel, sonriendo también.
Él no tuvo que forzar la sonrisa.
Ésta es la cuarta parte de una historia corta que empecé a escribir tras terminar de ver uno de los capítulos de Cites, la serie emitida por TV3 y que se ha convertido en una de mis favoritas. No es nada especial, no buscaba nada, solo practicar un poco y jugar con los personajes y la situación, a ver qué salía. Espero vuestra sincera opinión. Podéis leerlo todo aquí ✍🏻
“Él no tuvo que forzar la sonrisa” ❤️. Així hauria de ser sempre.
ResponderEliminarMira me los como QUÉ CUQUIS.
ResponderEliminarÉl me gusta, qué bebé.
Son muy muy dulces, y la verdad que me siento un poco identificada con la historia. No sé si te he contado alguna vez que mi novio y yo nos conocimos por internet. Leer estas cosas me trae recuerdos de aquellos tiempos. Sigue escribiendo Cris <3
ResponderEliminarMe gusta muchísimo la historia, tiene un algo especial y una suavidad que me encanta. Escribes muy bien Cris, y me encanta que subas este relato porque es un placer leerte. Me va a dar mucha pena cuando se termine. Un abrazo enorme
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