New York Movie de Edward Hopper (1939) |
Los labios de Evie se movían solos. Su mirada, apagada por el peso de las horas, se perdía en algún punto de la moqueta mientras, casi sin darse cuenta, repetía los diálogos de la película al mismo tiempo que lo hacía la actriz de la pantalla.
Aquella noche no era diferente a las demás. La gente empezó a entrar en la sala a las diez menos cuarto, cuando había abierto la puerta con exquisita puntualidad. Ni un segundo más ni uno menos. La mayoría eran parejas, ellos trajeados y serios y ellas colgadas de sus brazos, sonriendo y mirando alrededor, maravilladas. Evie no podía evitar sentir pena por ellas, que se contentaban con tan poco: ir del brazo de un hombre para que todos pudieran verlas. Y ella, siempre sola, ayudando a las parejas a encontrar sus asientos y, una vez empezaba la película, debía quedarse allí de pie, esperando a que alguien la necesitara.
Nunca la necesitaba nadie.
Mientras la mujer en pantalla le confesaba al hombre cuánto lo amaba, Evie pensó que si desaparecía ahora nadie se daría cuenta. Podría salir a la calle, disfrutar de verdad de la noche por primera vez, ponerse aquel vestido que había comprado dos meses atrás y que todavía no había podido estrenar porque pasaba todas las noches encerrada en una sala de cine. Podría ponérselo, pintarse los labios de carmín y salir a bailar. Sola, lo haría sola, y le importaba bien poco lo que diría la gente al verla allí sola, sin estar colgada del brazo de un hombre. Podía cuidarse sola, podía disfrutar sola, podía salir a bailar y pintarse los labios y ponerse aquel vestido que había comprado para ella misma.
Porque le había gustado cómo se ajustaba a sus caderas, sin pensar por un momento en si le gustaría a quien la mirase. Por eso, pensó, allí de pie en la sala de cine oscura, le había gustado tanto: porque no había pensado en nadie más que en ella.
Sonriendo y un poco asustada, abrió la puerta de la sala y salió. Pero no paró ahí: escuchaba a sus compañeros de trabajo y a su jefe llamándola, recordándole que su turno no había terminado, pero Evie siguió caminando, sus tacones retumbando en las baldosas. Y cuando salió a la calle, Nueva York la recibió como si llevase años esperándola.
Y a lo mejor así era.
Aquella noche no era diferente a las demás. La gente empezó a entrar en la sala a las diez menos cuarto, cuando había abierto la puerta con exquisita puntualidad. Ni un segundo más ni uno menos. La mayoría eran parejas, ellos trajeados y serios y ellas colgadas de sus brazos, sonriendo y mirando alrededor, maravilladas. Evie no podía evitar sentir pena por ellas, que se contentaban con tan poco: ir del brazo de un hombre para que todos pudieran verlas. Y ella, siempre sola, ayudando a las parejas a encontrar sus asientos y, una vez empezaba la película, debía quedarse allí de pie, esperando a que alguien la necesitara.
Nunca la necesitaba nadie.
Mientras la mujer en pantalla le confesaba al hombre cuánto lo amaba, Evie pensó que si desaparecía ahora nadie se daría cuenta. Podría salir a la calle, disfrutar de verdad de la noche por primera vez, ponerse aquel vestido que había comprado dos meses atrás y que todavía no había podido estrenar porque pasaba todas las noches encerrada en una sala de cine. Podría ponérselo, pintarse los labios de carmín y salir a bailar. Sola, lo haría sola, y le importaba bien poco lo que diría la gente al verla allí sola, sin estar colgada del brazo de un hombre. Podía cuidarse sola, podía disfrutar sola, podía salir a bailar y pintarse los labios y ponerse aquel vestido que había comprado para ella misma.
Porque le había gustado cómo se ajustaba a sus caderas, sin pensar por un momento en si le gustaría a quien la mirase. Por eso, pensó, allí de pie en la sala de cine oscura, le había gustado tanto: porque no había pensado en nadie más que en ella.
Sonriendo y un poco asustada, abrió la puerta de la sala y salió. Pero no paró ahí: escuchaba a sus compañeros de trabajo y a su jefe llamándola, recordándole que su turno no había terminado, pero Evie siguió caminando, sus tacones retumbando en las baldosas. Y cuando salió a la calle, Nueva York la recibió como si llevase años esperándola.
Y a lo mejor así era.
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¿CÓMO PARTICIPAR EN #COLECTIVODETROIT?1. Leer el “enunciado” del ejercicio.2.Interpretar el “enunciado” del ejercicio libremente.3. Escribir lo que te sugiera.4. Publícalo en tu espacio.5. Cuéntanoslo para que puedan enlazarte tanto en los comentarios como por las redes sociales.6. No olvides usar el hashtag #ColectivoDetroit, y disfrutar la participación al máximo.
Enunciado: el ejercicio de esta semana es muy sencillo. Se trata de elegir una obra de arte, la que tú quieras: un cuadro, una escultura, tu obra de arquitectura favorita... Incluso una fotografía, una cerámica. Todo vale. Seguro que esa obra de arte tiene su propia historia, lo que su autor nos trataba de contar. A veces las interpretaciones de esas obras de arte están tan instaladas en nuestro inconsciente que es lo único que vemos. Esta vez te retamos a que las reinventes. Elige esa obra de arte, deshazte de toda influencia y cuéntanos otra historia, la tuya.
Hace algunas semanas vi que Jennifer y Adri empezaban este proyecto y supe que tenía que unirme, así que aquí está mi primera aportación. Pasad por sus blogs para saber más sobre el #ColectivoDetroit y también para leer sus otras entradas, que son maravillosas 🍸
Hace algunas semanas vi que Jennifer y Adri empezaban este proyecto y supe que tenía que unirme, así que aquí está mi primera aportación. Pasad por sus blogs para saber más sobre el #ColectivoDetroit y también para leer sus otras entradas, que son maravillosas 🍸
Una historia tan preciosa como necesaria Cris, enhorabuena. Un abrazo enorme, y otro para Evie ;)
ResponderEliminar(segundo intento al escribir este comentario, blogger me odia) te comentaba que creo que si que va a ser verdad que esa mesita de ese lugar tan chulo en Oxford (he visto tu video) va a ser testigo de grandes y preciosas historias. Qué gran aportación al #ColetivoDetroit , por favor, sigue con nosotras. Ah! se me olvidaba. Yo también voy mucho al cine sola, ni me necesitan ni le necesito, supongo. Lo que me pasa es que aunque tenga unas ganas terribles de ir al baño no soy capaz de abandonar la pantalla. ¡Hasta el próximo!
ResponderEliminarHe leído esta maravillosa entrada pensando en si unirme o no. Pensando que quizá no fuera suficiente para dar la talla. Y cuando he acabado, me he descubierto a mi misma sonriendo como una tonta, comentando en bajito que Evie puede hacer lo que le dé la gana. Pintarse los labios, ponerse un vestido ajustado o ir bailar sin pareja. Y entonces he decidido que si, que si ella podía hacer todo eso, yo podía escribir un relato a la semana.
ResponderEliminarGenial, simplemente genial. Felicidades.
¡Bienvenida! Te lo he dicho por privado, pero me repito: me parece un ejercicio fantástico. Porque escribes muy muy MUY bien. Eso lo sabes, ¿verdad? Espero que lo sepas, porque una se ayuda más que nunca y de forma efectiva cuando conoce lo bueno y se quiere a sí misma.
ResponderEliminarY todos somos muy fans de Hopper, Katharine Kuh también. Aunque fuera un hombre de pocas palabras.
Mua!
Qué bonito, Cris. Espero poder leer los próximos ejercicios (y qué bien te está sentando Oxford.)
ResponderEliminarMuá♥
¡Bienvenida! Yo también me uní, porque es irresistible. Me ha gustado mucho tu reinterpretación ^^
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHe decidido que me voy a unir. Me ha parecido estupendo cómo has unido la obra de arte de ficción con una situación que podría ser real y has recuperado un oficio tan mágico como desconocido hoy en día...
ResponderEliminarDios mío. Preciosísimo. Increíble. Escribes de maravilla.
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