El tiempo que nos une (Alejandro Palomas)

«Miente. Bea miente, como mentimos todas. No escribe para que la escuchen. Escribe 
porque no la escuchan. No es lo mismo. O puede que sí»

Hacía mucho que no me ocurría esto. Y con "esto" me refiero a leer un libro mientras pienso no voy a ser capaz de reseñarlo. ¿Cómo puedo atreverme a entrar en mi pequeño rinconcito en la blogosfera y dar mi opinión sobre una novela como El tiempo que nos une? ¿Cómo? ¿Cómo voy a hacerlo para no dejarme nada, para conseguir que todos os sumerjáis entre sus páginas como yo lo he hecho y poder poner en palabras todo lo que me ha hecho sentir Alejandro Palomas con su alma de escritor y esos personajes que me han llegado al corazón? Bueno... No sé cómo, pero al menos lo voy a intentar.

Mencía tiene noventa años, y aunque está cansada y la edad no perdona, sigue en guardia, rabiosamente empeñada en velar “por los suyos” a cualquier precio, hasta que el tiempo y las fuerzas se lo permitan. Menorca, Madrid, Barcelona, Copenhague…, ningún lugar es demasiado lejos si hay que acudir en ayuda de la callada Lía para que acepte la muerte de su hija mayor y librarla por fin de la culpa que no la deja vivir, o de la arisca Flavia, para que apueste por su propia felicidad en el otro extremo del mundo y conozca por fin un amor que la haga grande. Nada ni nadie será capaz de poner freno a la inconmensurable Mencía cuando, sacando fuerzas de flaqueza, decida salvar a su nieta Inés de un triste final y la recupere para la vida, ni cuando se empeñe en labrar para Bea y su pequeña Gala un futuro mejor por el que nadie parece apostar.

Todo lo que hay escrito encima de esta frase estaba escrito desde hace unos días, cuando todavía no había terminado la novela. Acabo de leer la última frase y me encuentro sentada delante de la pantalla, con las mejillas húmedas y los ojos llenos de lágrimas y sin saber realmente qué decir. Sé que tendría que esperar, tal vez dejar pasar un par de horas para dejar la historia reposando, pero no puedo. Necesito aprovechar toda la emoción que me recorre ahora mismo porque pocas veces me ha ocurrido esto con una historia y quiero que entendáis lo que ha significado esta novela para mí.

Alejandro Palomas ha creado unas mujeres tan fuertes, sensibles y humanas que tras las deliciosas 572 páginas en las que hemos estado juntas siento que son parte de mí, de mi vida y de mi manera de ser. Cada capítulo está narrado por una de ellas, y aunque no se indica en ningún momento quién te está hablando, a las dos frases ya lo has descubierto. Y eso sólo puede ocurrir cuando conectas de esa manera tan especial con los personajes de la historia que estás leyendo, porque si algo sé seguro es que ahora soy un poco Bea (aunque ya lo fuera desde mucho antes), un poco Inés, tal vez un poco Flavia y Lía y, sin dudarlo -y doy gracias porque así sea- un poco Mencía.

Sufriendo en silencio. Me pregunto quién coño les habrá dicho a estas mujeres que sufrir en silencio te hace mejor. Cómo meterles en la cabeza que el silencio no engrandece, que eso es mitología griega. El silencio coarta, desquicia, enmudece, enferma. 

No os dejéis engañar por la sinopsis, porque El tiempo que nos une es mucho más. Confieso que al principio pensé que sería la típica historia de generaciones que lo único que te aporta es haber pasado unas horas entretenida, pero es que la historia de Mencía y sus chicas es mucho más. Dolor, dolor que duele y que duele mucho, pero también mucho amor, mucho echar de menos y una familia de mujeres unidas con lazos tan diferentes y especiales que no he podido evitar querer formar parte de ellas.

¿Pero sabéis qué? Lo mejor de todo es que página tras página, mientras las conocía y les hacía un hueco en mi corazón, llegué a sentirme como una de ellas, como si fuera otra hija, nieta o hermana que está allí en ese hospital de Barcelona, en la Isla del Aire o en Copenhague. Da igual dónde fuera, yo estaba allí, lloraba y reía con ellas, y aunque no pudieran hablarme directamente, yo notaba que ellas sabían que yo estaba allí, escuchando y emocionándome.

Callar es respetar el dolor ajeno, puede ser. Pero eso no cura nada y yo ya no tengo tiempo ni ganas para esperar a que la gente se atreva a decir. Porque si algo me han enseñado los años y los colgajos es que el tiempo no perdona ni cura. Lo que cura es la verdad, y si duele, mala suerte.

La historia y sus personajes son tan sinceros y tan generosos que lo dan todo, tanto lo malo como lo bueno, y yo lo cogí todo porque no soy tonta y sé cuándo estoy leyendo algo que me va a cambiar. Hacía años que no me ocurría -desde que leí Ojalá estuvieras aquí de Francesc Miralles justo en el momento perfecto y me salvó-, pero El tiempo que nos une me ha emocionado en todos los sentidos posibles y me ha hecho darme cuenta de quién soy después de haberlo olvidado, de quién tengo a mi alrededor y de cuánto duele estar vivo, aunque es lo único que tenemos y hay que aguantar y al menos intentar hacer lo mejor que podamos con todo lo que nos da la vida. Porque si estamos aquí es por algo, y que quejarse no sirve de nada si no hacemos algo con ese dolor. Los nuestros pueden irse, sí, claro que se van, y unas veces de una manera más cruel que otras y siempre, siempre, siempre es injusto. Pero nosotros nos quedamos y tenemos que seguir. Y eso Mencía lo tiene muy claro y no duda en metérselo en la cabeza a sus chicas.

Y por eso debo agradecerle a Brenda H. Lewis (autora de la maravillosa novela Nunca volveremos a ser las mismas) por mostrarse tan apasionada por Twitter y por enviarme aquel mensaje privado dejando claro que no tenía opción y que DEBÍA leer El tiempo que nos une. ¿Y cómo no voy a fiarme de ella? Gracias a su novela llegué a conocerla como persona y como autora, y siento tantísima admiración y cariño por ella que voy a recomendar su novela y la de Alejandro Palomas hasta el fin de los tiempos, porque me emociona saber que nuestros autores tienen tanto talento, sinceridad y cariño por las letras como para dejarnos disfrutar de historias como las que nos cuentan. Gracias, a los dos, por estar al otro lado de la pantalla y de las páginas.

—¿Solas? —pregunta a nadie.
Pasan unos segundos. El mar rompe ahora con más fuerza contra las rocas, más abajo. Mamá habla de nuevo sin girarse. Al mar. A Helena.
—Enfermas sí. Desquiciadas también. Y rotas.
Los cirros se deslizan sobre el solo poniente. La luz es naranja, granate, preciosa.
—Solas no. Al menos hasta que yo muera, niñas. No quiero volver a oíros decir eso nunca más. A ninguna. Nunca —termina con firmeza.

Y aunque no haya sido una reseña común, no me preocupa. Sólo quería desahogarme, dejar todo lo que pienso y siento en mi rinconcito en la blogosfera y, si hay suerte, alguno de los que leáis esto le daréis una oportunidad a Mencía y a sus chicas. De verdad, si confiáis aunque sea un poquito en mí... Leed El tiempo que nos une. Ningún libro que haya leído hasta ahora desprende tanta vida. Ninguno.